La bestia
Cada día sucedía al
anterior con una monotonía perversa. Tenía pensamientos que duraban segundos y
otros duraban semanas. En la oscuridad de mi celda nada me mostraba el avance
del tiempo, nada que no fuera el palpitar de mi corazón y mi respiración
agitada.
En el lago negro era
cautivo desde hacía tiempo. Había sido traicionado y desterrado, había sido
engañado para poder ser encadenado hasta
el fin de los días.
Había sido un
cachorro como otro cualquiera y mi pecado había sido crecer grande y fuerte,
crecer tanto y tan rápido que los déspotas se sintieron amenazados por mi
fuerza. Por lo que algún día podría llegar a hacer.
Dos veces intentaron
apresarme sin éxito y aun así les creí, caí en sus mentiras una tercera y
última vez, la que fue definitiva y me entregó a mi cautiverio. Leding y Droma
fallaron su abrazo y yo lo sentí como un juego. Yo, que me sentía entre
iguales, que soy hijo de un dios, del Embaucador, pero dios al fin y al cabo.
Mi propia familia me traicionó, pensando en el caos que algún podría causar, en
las vidas que podría sesgar. No les importaba el dolor de los inocentes, sino
el suyo propio. Creyeron firmemente que en el fin del mundo conseguiría matar
al gran Odín, al padre de todos. No quisieron escucharme cuando hablé, ni
siquiera siendo un cachorro de teta.
No puedo evitar
llorar en la soledad de mi cárcel, a pesar de que ya ni siquiera noto el dolor
que la lacerante cadena que tejieron los enanos para darme caza provoca en la
piel en carne viva que rodea mi cuello como un collar escarlata. Solo Gleipnir
escuchaba mi dolor, dolor que lloré por un tiempo, y lloré también por la
soledad, durante mucho más. Encarcelado por un crimen que aún no había
cometido. Con el tiempo la infelicidad se transformó en ira. Ira contra
aquellos que ataron mis patas y me inutilizaron contra el suelo, ira contra
ellos que me juzgaron injustamente. Esa furia es tan grande que me ciega, o lo
haría si pudiera ver algo en la insondable oscuridad que me rodea. Hace tiempo
que la rabia no me lleva a intentar zafarme de mis cadenas, hace tiempo que
espero en silencio inmóvil, regodeándome en el sabor de la sangre del brazo que
conseguí sesgar antes de que pudieran encerrarme. Hay días en los que solo
pienso en ese sabor metálico, en el líquido espeso y caliente cayendo desde mi
boca, desde mis dientes, envolviendo mi lengua de un gusto a victoria
postergada.
Pronto, me digo,
pronto llegará el día en el que Fenrir será liberado y hará que todos paguen
sus injusticias antes de caer muerto en las manos de Víðarr. Y el dolor no les
llegará en forma de fauces lobunas, no podrán sentirse víctimas de un destino
inamovible, sino que serán ellos sus propios verdugos. Porque suya será toda la
culpa, será de aquellos que encerraron al cachorro y crearon a la bestia que
tanto temían y que sin ellos, quizás, nunca hubiera existido.
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